La
novela Los restos del día, del autor
británico de origen japonés Kazuo Ishiguro, recibió el premio Booker en 1989,
año en que se publicó. Es una novela poco extensa, de 256 páginas.
Ambientada
en la Inglaterra posterior a la II Guerra Mundial, narra la historia de un
mayordomo, míster Stevens, que por primera vez en mucho tiempo, dispone de una
semana libre para hacer un viaje. Queda muy bien reflejada en la obra la vida y
el funcionamiento del servicio doméstico de la clase alta, las tareas del
oficio de mayordomo, así como las preocupaciones políticas de la época.
El
protagonista es el propio narrador. Y en este caso, encontramos una de las figuras,
desde mi punto de vista, más difíciles de perfilar en una novela: el narrador
poco fiable. No es más que la subjetividad del protagonista llevada a un
extremo, pero pienso que, técnicamente, es muy difícil conseguir el efecto
perfecto. Y, en este caso, está conseguido. Y bien conseguido, de tal forma que
el lector tendrá que leer entre líneas, averiguar lo que no se dice, el por qué
pasa lo que pasa, y, por último, y no menos importante: por qué la novela se titula
así.
La trama
está estructurada en forma de diario, donde el narrador va transmitiendo sus
vivencias diarias, intercalando el presente con distintos episodios de su
pasado, que al final convergen para completar la historia.
En cuanto al estilo, acompaña
perfectamente tanto al personaje como a la función que desempeña y la época en
que vive: pulcro y refinado. Los diálogos tienen la máxima corrección posible (por
eso de la flema inglesa).
El tema principal podría sacarse
de una palabra que hacer reflexionar al protagonista: la dignidad y lo que para
él significa. Toda la vida del protagonista gira en torno a dicho concepto, y
aunque cada lector encontrará su propia lectura de la historia, la dignidad
siempre estará flotando e impregnando todas las situaciones.
Es una
historia psicológica, introspectiva. La exposición de unos hechos vividos de
una forma que, con el paso del tiempo, toman su verdadero significado. La
grandeza de esta novela no está en lo que hay escrito, sino justo en lo que
falta: lo que no se dice, pero el lector supone, lo que el narrador calla, pero
el resto de personajes apuntan. Al margen de la empatía que se puede generar
con el protagonista, el lector vivirá la novela como una experiencia en la que
nada es lo que parece, buscando el significado de todo lo que sucede, el cual
se va descubriendo poco a poco.
Me ha
gustado mucho. No es una lectura alegre, pero incita a reflexionar sobre la
vida del protagonista, y sobre la vida en general. Muchas de las situaciones,
de una u otra forma, pueden resonar en el lector y abrir puertas que, tal vez,
llevaban tiempo cerradas. Días después de terminar esta lectura, aún hay frases
y situaciones revoloteando por mi cabeza.
Absolutamente
recomendable.
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