lunes, 25 de marzo de 2013

Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar

                Memorias de Adriano es una novela de 376 páginas escrita por la autora belga (posteriormente nacionalizada en Estados Unidos) Marguerite Yourcenar, publicada en 1951. Queda encuadrada dentro del género de novela histórica, aunque esta obra cuenta con determinados matices que la hacen un tanto diferente a muchas otras narraciones con las que comparte género.
                Cuando el emperador romano Adriano ve próxima su muerte, decide narrar su vida y sus reflexiones en un escrito dirigido a Marco Aurelio, que lo sucedería como emperador. La narración, así pues, está en primera persona desde el punto de vista del propio Adriano. El estilo, culto y refinado, a veces acercándose a lo poético, intenta reproducir las reflexiones de un hombre que vivió hace casi dos mil años, y la autora logra transmitir a través de esos pensamientos la forma de vida y los valores de la época.
                Es un escrito denso. No hay conversaciones, y de principio a fin es un continuo monólogo en el que se van sucediendo hechos, reflexiones, justificaciones y explicaciones. Es por ello que se me ha hecho pesadísimo. Si bien hay muchos detalles, hechos interesantes y figuras retóricas geniales, lo más importante es la posibilidad de contrastación de la realidad con esos hechos. Sin embargo, a mí personalmente no me ha aportado mucho la lectura de esta novela.       
                Tengo que reconocer que la labor de investigación y el ejercicio de entrar dentro de la mente de una figura tan importante como fue el emperador Adriano son un gran punto a favor de la escritora. Al final de la narración hay una cronología donde se indica todo el proceso que siguió la novela hasta que fue terminada. Es ahí donde la autora explica su motivación, su idea, los problemas que surgieron durante la escritura, las fuentes, bibliografía y los datos utilizados… es decir, todos los componentes que hicieron falta para poder completar la novela.
                Como he dicho, los datos históricos fueron objeto de estudio y documentación por parte de la autora, y seguramente corresponden con la realidad (no lo he comprobado). Sin embargo, la parte intangible, es decir, la que hace referencia a los pensamientos del emperador, a su opinión sobre determinados temas, muchas veces no deja de ser una mera especulación sobre lo que pasaba por su cabeza, dadas unas circunstancias concretas y unas acciones que podrían parecer motivadas por esos pensamientos, pero especulaciones, al fin y al cabo. Eso no quiere decir que carezcan de calidad, sino todo lo contrario. Se presenta a una persona racional, con unas preocupaciones acordes con la época en que vivió, y con unas ideas respecto a la humanidad que son perfectamente válidas hoy día. Adriano reflexiona sobre la vida, sobre la enfermedad y sobre la muerte. También sobre el poder, y sobre la traición. Y también sobre las relaciones y el amor.
                Al final de la lectura, queda una imagen del hombre que fue el emperador, de cómo llegó ahí y de los actos que llevó a cabo durante su vida. Pero ese proceso, el de llegar al final, yo como lector lo he sufrido más que disfrutado. Entre frase y frase que activaba alguna zona de mi cerebro que me hacía disfrutar o reflexionar, había páginas y páginas enteras de monólogo que me recordaban a una de esas clases en las que el alumno está medio dormido esperando que suene el timbre, mientras el maestro suelta el tostón.
                Repito que no es que sea una mala obra, y el hecho de que me haya parecido aburrida no es obstáculo para que se hayan vendido millones de copias y figure como una de las obras maestras de la literatura moderna.

jueves, 14 de marzo de 2013

Las partículas elementales, de Michel Houellebecq

                Tras la experiencia vivida leyendo Ampliación del campo de batalla, decidí informarme algo más sobre el autor francés Michel Houellebecq y vi que había abundantes críticas –buenas y no tan buenas –sobre Las partículas elementales, así que me lancé a su lectura.
                El estilo es muy parecido al de la anterior novela suya que comenté, pero sin embargo ésta es más amplia (328 páginas) y con mayor contenido, por la extensión (no quiero decir con ello que tenga mejor calidad).
                Los protagonistas son dos hermanos, Bruno y Michel, hijos de la misma madre, pero distinto padre. Ambos se crían con sus respectivas abuelas tras ser abandonados por sus padres, y sus caminos no se cruzan hasta la adolescencia. Este abandono y la convivencia con las abuelas, dejará a ambos muchachos una marca cuyas consecuencias seguirán viviendo muchos años después. Bruno ejerce de profesor, y Michel se gana la vida como investigador en el área de la bioquímica.
A través de sus respectivas vivencias contadas en tercera persona, se avanza por una trama a base de saltos temporales: ora está en el presente, ora describe una escena del pasado. Pero al final, toda la historia queda completa y bien atada, habiendo avanzado aproximadamente tres décadas desde su comienzo a finales de los 60.
Partiendo de la sociedad a finales de los 60, el autor hace una crítica bastante descriptiva de los efectos de ese libertinaje y del legado que dejó a los descendientes de los que se vieron influidos por esa mentalidad.
La novela no escatima en situaciones aberrantes y conclusiones moralistas –muy acertadas en muchos casos –por parte del autor. Tampoco se queda corta en escenas de sexo, que no hacen sino añadir otro toque de decadencia a la novela.
Personalmente, me ha llamado la atención en especial el personaje de Michel: un científico cuya mentalidad va enfocada a la investigación, y sólo ve el mundo desde ese prisma: la recopilación de datos, la elaboración de teorías, la medición y la comprobación de las mismas. Muy logrado.
Por otra parte, en algunos momentos de la historia me he perdido y no sabía dónde o con quién estaba. El autor tiene tendencia a saltar de un personaje a otro sin previo aviso, o a narrar un hecho del pasado intercalado en una reflexión del presente. A veces sentía que había perdido la localización, el personaje o el tiempo a que se estaba refiriendo.
En cuanto al tema, el de esta novela es múltiple. Hay reflexiones sobre tantos, que es difícil enumerarlos todos. Entre otros, se encuentra la decadencia moral, la apatía, la falta de valores, y sobre todo, los temas recurrentes que también aparecían en Ampliación del campo de batalla: el envejecimiento y la muerte.
Tengo que reconocer que no es una novela alegre ni optimista, sino más bien todo lo contrario. La narración de los hechos a veces se presenta desde una perspectiva focalizada en un aspecto concreto, con lo que el autor logra esa vívida descripción que hace al lector llegar exactamente a la conclusión que a veces se expone a continuación, o que queda sin explicar, pero habiendo generado un determinado efecto en la mente crítica del que tiene la novela entre sus manos.
En resumen, me parece una lectura recomendable. No se hace larga, y en determinados momentos de la lectura, aparecen frases que se clavan como cuchillos en las neuronas del lector. Reflexiones que hacen pensar sobre temas muy variopintos, y que hacen comprender mejor esas partes de la realidad que, aunque disfrazada, todos hemos visto desnuda alguna vez.