lunes, 9 de enero de 2017

Esperando a los bárbaros, de J. M. Coetzee

                Esperando a los bárbaros es la segunda novela que cae en mis manos del Premio Nobel sudafricano J. M. Coetzee. La otra, Desgracia, leída hace algunos años, la recuerdo con una sensación agridulce. Buena historia, pero melancólica. Veamos lo que he encontrado en este caso:
                La novela fue publicada en 1980. Tiene 204 páginas, lo que la convierte en una obra poco extensa, ideal para desconectar del mundo real, conectar con la historia y pasar un rato agradable compartiendo las reflexiones de este maestro de la Literatura.
                La historia tiene lugar en una localización no especificada, en un tiempo no especificado. Se puede pensar que describe el país natal del autor, pero en ningún momento lo menciona. Por mi parte, opino que el hecho de que no se indique lugar es un detalle del autor que intenta mostrar que no es eso lo importante de la historia, sino lo que sucede. Y así es. Se sabe que es un lugar fronterizo del Imperio, cuya riqueza proviene de un lago, un oasis cercano. Podría estar ubicado en cualquier lugar del mundo.
                El protagonista, el magistrado de dicho puesto fronterizo, lleva una vida apacible, en paz con su gente y con su entorno, hasta que la visita de la policía con noticias de “una inminente incursión de los bárbaros” comienza gradualmente a cambiar el status quo. El protagonista es un hombre de edad avanzada. Es también el narrador de la historia, y toda la novela está impregnada de su visión y sus opiniones respecto a lo que sucede. De esta forma, toda la historia es, por decirlo de alguna forma: “interna”. Suceden cosas, pero el lector las percibe a través del filtro del protagonista.
                Los personajes, aparte del protagonista-narrador, no están muy desarrollados, lo cual es lógico en una obra de este tamaño, pero sí están lo suficientemente bien definidos como para quedar perfectamente encajados en el entorno y añadir colorido y profundidad a la historia.
                Son varios los temas que se tratan en esta obra, y es que, pese a que es relativamente corta, también es profunda. Se puede ver cómo el miedo irracional perturba las costumbres y hace aflorar lo peor del ser humano, cómo la individualidad no puede nada contra el grupo, cómo la vejez cambia la forma de ver las cosas, cómo las buenas intenciones no siempre son bien interpretadas... todo eso he encontrado, y mucho más. Y seguro que cada cual encontrará su pequeña joya dentro de la historia, pues no hay moraleja. Como toda buena obra, la moraleja, si la hay, debe quedar escrita en la mente del lector, no en el papel del escritor.
                El estilo es pulcro, detallista, muy cuidado. Los detalles son los suficientes como para crear el impacto deseado, sin excesos y sin carencias, aunque debo advertir que hay algunas escenas algo crudas. Todo ello narrado con un ritmo suave que               hace avanzar la historia sin acelerones ni pausas prolongadas.

                En resumen, una buena historia para disfrutar de una rato agradable. Aunque no sea una lectura alegre (Desgracia tampoco lo era), es una obra apta para reflexionar sobre algunos temas que, independientemente de la época, nunca pasan de moda, y se repiten una y otra vez a lo largo de la Historia de la humanidad. Tal vez se puede ver la historia como una metáfora de los problemas que genera la falta de comunicación, o bien la poca predisposición a la comunicación cuando hay un ente superior que es el que ordena y manda. Otra más de las reflexiones que me inspira...     

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