Recién
terminada la lectura de El poder del
perro, lo primero que tengo que decir es que me sorprende que, a pesar de
sus 720 páginas, es tan trepidante que perfectamente podría tener otras 200 más
sin llegar a hacerse pesada.
Publicada
en 2005, es la primera parte de una serie (la continuación, El cártel, fue publicada en 2015). El
autor es el estadounidense Don Winslow.
Comienza
en los años 70, y el eje central de la historia gira en torno al narcotráfico y
su evolución en México y Estados Unidos. El amplio abanico de personajes usado
por el autor, da una visión global de ese tema principal, visto desde todos los
ángulos posibles. Estamos, por tanto, ante una novela policiaca con una
historia ficticia, pero con una verosimilitud tal que podría pasar por un
documental.
Hay
muchos personajes. Tenemos un agente de la DEA, varios miembros de una familia
dedicada al narcotráfico, un cura, una prostituta de lujo, un asesino a sueldo,
y una multitud de personajes secundarios. Los hechos que suceden a lo largo de las
más de tres décadas que abarca la historia, moldean a los personajes, mezcla
sus tramas y hace que evolucionen. Sin embargo, me ha quedado la sensación de
que, a pesar de esa evolución, los personajes carecen de profundidad. Les falta
algo que no sé muy bien cómo definir.
Sin
duda alguna, el punto fuerte de esta novela es el ritmo. Como decía al
principio, no es una lectura pesada. Esto lo consigue el autor mediante
continuas escenas de acción mezcladas con giros, a la misma vez que el foco va
saltando de personaje en personaje, y de localización en localización. De
hecho, en ocasiones el ritmo es excesivamente rápido, tanto que el lector no
tiene un momento para recapacitar sobre la repercusión de lo que acaba de
suceder, y eso hace que algunas escenas resulten confusas por la extremada
rapidez con que son narradas.
No es
una lectura apta para todos los públicos, ya que abundan las escenas violentas,
en las que el autor no se corta un pelo al describirlas. Tampoco faltan como ingredientes
el sexo y la corrupción. La dosificación y reparto de esos y otros ingredientes,
da una dimensión a los personajes que los aleja de mi odiado maniqueísmo: ni
los policías son siempre buenos, ni los narcotraficantes son siempre malos, y
eso es un punto a favor de la verosimilitud.
La
ambientación está muy conseguida. Gran parte de la historia transcurre en los
alrededores de la frontera México-Estados Unidos, y está bien detallado cómo es
la vida por esa zona, qué tipo de gente habita por ahí, cómo es el clima y el
terreno. Y otro detalle interesante de la ambientación es el funcionamiento del
narcotráfico. Quién vive de eso y cómo lo hace, qué riesgos hay, cómo se mueve
todo desde arriba y cómo se lucha contra todo eso.
Días
después de haber terminado la lectura, muchos sucesos de la historia siguen
rondando por mi cabeza, lo que indica que me ha impactado, que ha dejado
huella.
Como
resumen, no es una novela perfecta, pero no me cabe la menor duda de que es una
gran novela con una gran historia, y contada de una forma bastante decente.
Aunque ahora estoy un poco saturado por el tema del narcotráfico (tengo muy
recientes las series de televisión Narcos,
Gomorra y Fariña), cuando me
desintoxique un poco, volveré con la continuación El cártel, que seguro que merece la pena.