El autor suizo Joël Dicker ha conseguido un fenómeno editorial con la que es su segunda novela, La verdad sobre el caso Harry Quebert. Aparte de haber sido un éxito de ventas, ha recibido varios premios literarios.
Fue publicada en francés en 2012, pero no se pudo disfrutar en español hasta 2013, una vez consagrada y decidida su traducción a, según se dice, 33 idiomas.
El protagonista es un escritor, Marcus Goldman, que para hacer frente a un “bloqueo”, decide visitar al que había sido su mentor y profesor, Harry Quebert, el cual vive en el pueblo (ficticio) de Aurora, en New Hampshire, Estados Unidos. Tras la visita, es descubierto el cuerpo enterrado de una chica de quince años que llevaba más de treinta desaparecida. Es ahí cuando comienza la historia.
La forma en que está contada la historia es bastante original. Mezcla el presente en primera persona con flashbacks, contados en tercera persona. Los saltos son discontinuos, pero siguen un hilo argumental que hacen difícil perderse al lector.
Es una obra de misterio. Un thriller. Está contada de una forma que veo repetirse cada día más, tanto en literatura como en el cine: vueltas y vueltas a la trama, y acabando cada capítulo con un cliffhanger, que deja al lector deseando seguir para saber qué ocurre a continuación.
Los personajes están bien diferenciados, pero desde mi punto de vista, no muy bien construidos. Los rasgos que los definen parten de un cliché y después se han exagerado en exceso, lo que da lugar a conversaciones que me han parecido, en ocasiones forzadas, en otras ocasiones infantiles o poco creíbles. El protagonista se salva de ese defecto, no tiene unos rasgos tan exagerados. Además, al contarlo en primera persona, es el guía que acompaña al lector durante la investigación del misterio: ¿Qué pasó con Nola Kellergan (la chica desaparecida)?
El ambiente está muy logrado. Es fácil ver ese pequeño pueblo y los alrededores a través de la descripción, pero por otra parte, se echa en falta algo, porque conforme avanza la historia, da la sensación como si todo el pueblo estuviera compuesto sólo por los distintos personajes de los que habla (alrededor de una docena), y nadie más, y como si los únicos lugares del pueblo fueran donde habitan y trabajan esos personajes, y no hubiera nada ni nadie más.
Hasta ahí el análisis técnico. Ahora, sin fastidiar la historia para el que no la ha leído, explicaré lo que he sentido leyendo esta novela de 670 páginas.
Es adictiva, lo reconozco. Muy adictiva. No se me ha hecho nada pesada, y cada página me impulsaba a seguir leyendo. La historia además es interesante. Aunque tiene algunos fallos narrativos, no son demasiado importantes.
Una de las herramientas de las que ha abusado el autor es de los giros. Esta novela no es una novela policiaca donde hay unas pistas que apuntan hacia el final de la historia, sino la narración de unos hechos que apuntan a otros hechos, y poco a poco se va desvelando toda la historia. Es difícil saber cómo acaba, ya que a cada paso va apareciendo información nueva. Y, en cuento a la información ya pasada, aunque está ligada con la historia, el protagonista no trabaja sobre ella para avanzar en la investigación, sino que son las circunstancias las que hacen que el protagonista avance, lo que hace que sea más reactivo que proactivo. Van sucediendo cosas, y el protagonista reacciona. El abuso del autor consiste en incluir un exceso de esas “cosas” que van sucediendo, porque muchas de ellas son casualidades, que si bien hacen interesante la historia, a mí personalmente no me gustan. Que un avance en una investigación se dé por casualidad, en lugar de por causalidad, no me gusta nada. La culpa la tiene Sherlock Holmes, que me enseñó que las casualidades no existen.
En cualquier caso, es una buena historia, interesante y bien narrada. No se puede considerar una obra maestra, pero es bastante recomendable.
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