El catalán Albert Sánchez Piñol se dio a conocer principalmente con su primera novela, La piel fría en 2003. Nueve años después, en 2012, aparece Victus, la novela de la que trata esta reseña.
Victus es una novela histórica, ambientada a principios del siglo XVIII, durante la guerra de Sucesión española. Ya desde el principio se advierte que la culminación de la historia será el asedio y bombardeo que sufrió Barcelona durante 1713 y 1714.
La historia está narrada en primera persona desde el punto de vista del protagonista, Martí Zuviría. A sus noventa y ocho años de edad, decide contar cómo vivió todo el proceso de la guerra, comenzando desde que era un niño hasta que se vio envuelto y formando parte activa y pasiva en el asedio de Barcelona.
El tono utilizado está muy conseguido, y me ha parecido uno de los puntos fuertes de la historia. El anciano dicta a su escribiente austríaca la historia, y ella la transcribe tal como sale de los labios del narrador, así que ahí queda perfilado el carácter agrio y borde con que se expresa el protagonista, ya harto y cansado de todo.
La documentación para la obra ha debido ser muy extensa y minuciosa. Ello ha valido para introducir en la historia personajes reales (al final hay una relación sobre los personajes que son reales o ficticios), y pese a que no sea una obra de divulgación histórica, el efecto está muy conseguido, y permite visualizar los escenarios y personajes que el autor describe. Abundan también los dibujos, mapas y grabados a lo largo de las 604 páginas del libro. Esos dibujos sirven como orientación y a la vez como explicación de muchos de los hechos que van sucediendo.
La trama avanza siguiendo al protagonista y sus vivencias. Abunda la ironía y las situaciones humorísticas provocadas principalmente por la cobardía y candidez de ese personaje. Personaje muy bien conseguido, por cierto. Los rasgos que lo caracterizan hacen fácil al lector empatizar con él y acompañarlo en su viaje, que recorrerá zonas de Francia y España hasta llegar a Barcelona, donde culminará la historia.
La ausencia de tiempos muertos hace que la acción no pare, que continuamente estén sucediendo cosas. Eso hace que, pese a su volumen, sea una obra ligera de leer.
Por ponerle un “pero”, diré que el lenguaje utilizado y la forma de ver el mundo del protagonista es muy actual, lo cual es uno de los escollos difíciles de superar para cualquier obra, ya sea literaria o cinematográfica, ambientada en épocas remotas. En todo caso, es un detalle que no tiene gran trascendencia, y su omisión hace fácil la lectura y comprensión para cualquier lector. Hacerlo de otra forma, como por ejemplo hace Pérez Reverte en su saga de Alatriste, añade mayor colorido a la narración y ayuda a crear ambiente, pero como he dicho, no es un detalle que suponga un problema para esta novela.